viernes, 8 de julio de 2011

Pasión lectora

Hacia días que él veía como ella avanzaba en la lectura de aquel libro. Lo veía viendo como la marca, una tarjeta de metro escalaba posiciones. Parecía interesante. El libro. No se atrevía a preguntarle por el título. Demasiado fácil. Y ella se lo quería poner complicado. No quería que supiese que libro era. Por eso lo había empapelado con papel de revistas. El se moría por saberlo. Necesitaba un libro interesante. Ella había leído casi la mitad en una semana. Y el libro que él leía era bastante menos rápido. Un gato en el Japón. Un gato viviendo en casa de un maestro de escuela. El quería leer ese libro, debía ser interesante, muy interesante. Ideo un plan, un plan planificado al detalle. Primero pensó en preguntar, pero eso fue lu primero que no quiso hacer. Si estaba envuelto era para que le preguntasen, y no pensaba caer. Lo segundo que pensó fue buscar un libro igual y envolverlo y cambiárselo el viernes. Un viernes para que tardase un poco más en darse cuenta. Imaginaba su cara al abrir el libro. Continuaría por la marca, y tardaría un momento en darse cuenta de que la trama había cambiado. Una página, dos, tres. Quizás era demasiado cruel. No hacia falta. El viernes se lo cogió de la bolsa que llevaba siempre con su libro. Una bolsa negra de tela. Se lo llevo a casa. Y lo empezó a leer. Se fue antes que ella, se la imaginaba buscándolo por todas partes, desistiendo de encontrarlo, y teniendo que hacer el viaje de vuelta sin libro. El lunes él lo dejaría en el mismo sitio que ella lo había dejado y encima se reiría de ella cuando lo encontrase el lunes en su sitio. Llegaría antes que ella, y se volvería a ir. Maquiavelo le puso un comentario en su Facebook.

Ese viernes a ella la vinieron a buscar para comer y decidió dejar el libro en la oficina para el lunes continuarlo. Era un verdadero tostón, y aunque se dejaba capítulos por leer, no le encontraba la gracia.